Un joven recibe una llamada y escucha unas palabras tan anheladas como temidas: «Tenemos un órgano para usted». ¿Debería esta vez someterse al trasplante? Decidido, coge su maleta y una ambulancia lo lleva al Hospital Charité de Berlín.
Con un humor, una ternura y una profundidad desenfadada, Wagner comparte los días y las noches, que se convierten en meses y estaciones, que pasa en el hospital. Es su historia y, cómo no, también la de sus compañeros de habitación. Acostado en la cama, esa nave espacial en la que viaja a través de sus recuerdos y sus sueños, asiste al inusitado desfile de aquellos con quienes comparte la vida diaria, sus inquietudes y sus confesiones: un comerciante de bebidas con una amante secreta o un carnicero libanés que perdió a ambos hermanos en la guerra. Mientras escucha, también él recupera su propio pasado, y su introspección se ve interrumpida constantemente por preguntas universales e íntimas: ¿qué significa estar en el mundo? ¿Por quién merece la pena vivir? ¿Quién murió para que él pudiese seguir vivo, aun cuando sea ya como alguien diferente? Un torrente de pensamientos, ilusiones y miedos (y en ocasiones un impulso irrefrenable a la rebelión) que, en nuestro universo hiperpragmático e hiperrevolucionado, apenas dejamos aflorar. Pero el protagonista de este libro tiene «todo el tiempo del mundo», un tiempo que a menudo transcurre con la única compañía de un árbol, su árbol, que, imperturbable y a la vez cambiante, le saluda desde el jardín cada mañana. Como ha destacado la crítica internacional, David Wagner, con una prosa impecable, es uno de los pocos autores que saben liberar la «corriente de conciencia» de un modo tan inteligente, conmovedor y honesto.