No hay nada más extraño que la prosa de un poeta, más cuando el poeta es brillante, el padre, para muchos, de todos los poetas; padre brillante y malvado, bondadoso y enfermo, eternamente en fuga. Verlaine escribió "Louise Leclercq" y "Pierre Duchatelet" en 1886, casi al final de su vida, después de todo, y en especial después de sus huidas a Bruselas y a Londres, siempre perseguido, después de la guerra franco-prusiana, después de haber abandonado a su mujer, a su hijo y al esposo infernal. "Louise Leclercq" es la historia de la felicidad burguesa rota; "Pierre Duchatelet" es el relato del sitio de París de 1871 desde los ojos de un hombre joven que empieza su vida; las dos son las historias íntimas del propio Verlaine, que huyó de la felicidad y luchó en la guerra, y que consideraba estos textos como autobiográficos. "El poste", un cuento breve, es el homenaje a su admirado Poe. Y "Madame Aubin", su único drama en prosa, una pieza delicada, pompier casi, que entronca con la belleza lánguida e inocente de las "Fiestas galantes". Pero las cuatro obras, tan distintas, están unidas por la obsesión de la fuga, la constancia terrible de la huida y el amor.