Al principio, los cambios llegaron con tanta lentitud que pasaron a formar parte del tejido de las molestias cotidianas. Los cortes de electricidad eran esporádicos y breves, nadie les dio mucha importancia. Pero poco a poco comenzaron a condicionar la vida diaria, las horas en las que se podía poner una lavadora o simplemente leer. Parecía que nadie quería ver que los cortes se hacían cada vez más largos, pero un buen día la electricidad no regresó. Para entonces ya no se encontraba gasolina ni se veían aviones en el cielo. Nadie quería admitirlo y nadie parecía asumirlo, pero la civilización, la de los combustibles fósiles y el torbellino de consumo, se derrumbaba. En realidad hacía décadas que la Tierra lo gritaba.
Nell y Eva son hermanas, tienen diecisiete y dieciocho años y viven en la casa familiar enclavada en el bosque, a las afueras de Redwood. Allí las educaron sus padres, en plena naturaleza, sin ir al colegio ni al instituto, desobedeciendo todas las convenciones, creyendo por encima de todo en los libros y la música. Querían ofrecerles una existencia plena y libremente elegida, ajena a las peores exigencias sociales, pero no contaban con que la sociedad en su conjunto colapsara. Tal vez nadie puede contar con eso, tal vez los humanos somos así. Tal vez por eso es tan difícil reconocer el desplome aun en medio de la ruina y tal vez por eso Nell y Eva conservan sus pasiones: Nell todavía confía en que vuelvan a convocarse unas pruebas de acceso para Harvard, y se prepara leyendo todo lo que encuentra; Eva quiere dedicarse a la danza y ensaya a diario, aunque ya no pueda poner música, reproduciendo cada composición en su cabeza. Sin embargo, frente a lo desconocido que está por llegar, ambas tendrán que reconocer que ningún gobierno, ninguna compañía energética, va a devolverles la vida que creían suya. En realidad, su vida, su nueva vida, está ya en el bosque que las rodea, repleto de riquezas inagotables que, hasta ahora, les han pasado inadvertidas.