«Soy un raro de concurso», confiesa en la primera frase de la novela Daniel Basanta, también conocido como Danielucho, o Lucho a secas. «Mi rareza es de marciano en misión especial en la Tierra, que disimula el día entero, todos le siguen mirando y el marciano no sabe por qué, y resulta que le miran porque es verde.» Daniel es un marciano que no acaba de encajar en el mundo. ¿O acaso es el mundo el que es raro de narices?
Esta es una novela de formación –eso que los alemanes llaman Bildungsroman–, solo que con futbolines, una máquina del millón, congas y rumbas, gente de barrio, primeros amores y un mítico surfista de nombre Mickey Dora al que le ofrecieron la fama y optó por desaparecer... Y, como en toda novela de formación, hay una búsqueda, solo que en este caso no es la del Santo Grial, o acaso sí, porque lo que busca Daniel es nada menos que el Secreto de las Fiestas.
Es su abuelo, cosmopolita a su pesar con sus viajes por el mundo tocando la conga, el que le cuenta ese secreto, resumido en siete pautas, la última de las cuales dice: «Reconoce que el secreto nunca termina.» Y ese abuelo es solo el primero de los bichos raros con los que Daniel irá topándose: también están su padre, que tocaba para los marineros de la VI Flota cuando desembarcaban en Barcelona, y Chenta, que no es raro sino rara, y Laura...
Y si la novela está poblada de raros inadaptados, también incluye en su seno una singular rareza: fue escrita dos veces. Casavella la publicó en 1997 como obra juvenil y la reescribió en 2006 en versión adulta, haciéndola más áspera y sombría, perfilando a Daniel como uno de sus grandes antihéroes que luchan por abrirse paso en un mundo que no acaban de entender, siempre con la ciudad de Barcelona al fondo.