Ningún país está tan lejos como para no visitarlo. Esa es la filosofía de Andrés. Hace tres años huyó de su casa, su familia y su país, y desde entonces recorre el mundo sin ningún plan excepto su propio antojo. Casi ha conseguido borrar de la memoria a quien no quiere recordar. Hasta que una mañana, tras una noche especialmente descontrolada, recibe una llamada que dará un giro radical a su vida y le obligará a volver a donde no quiere regresar.
Su tío Caleb ha sufrido un accidente y no pinta nada bien.
Andrés no tiene otro remedio que volver al pueblo que abandonó sumido en el dolor y quedarse allí por un tiempo que se le antoja eterno. Allí descubre que su mejor amigo de la infancia ha ocupado su lugar. Hace su trabajo, se ha convertido en la mano derecha de su tío y es el inseparable compañero de su exnovia, Paula.
Y a Andrés todo eso le parece maravilloso. Odia trabajar en el campo, y tampoco le importa mucho que Caleb solo tenga buenas palabras para su antiguo amigo (ese al que va a partir la cara en cuanto se cruce en su camino) y desde luego, le parece estupendo que esté tan unido a Paula, esa zorra que le destrozó la vida y a la que no consigue olvidar.