Siete años después del día de las bombas, Point Reyes puede considerarse un lugar bastante afortunado. Sus habitantes son razonablemente normales –excepto por la niña que lleva a su hermano siamés creciendo en su estómago-, su economía basada en el trueque parece funcionar y sus genios residentes pueden arreglar casi todo lo que se estropea.
Pero esta situación puede irse al traste si los habitantes descubren que están protegiendo, sin saberlo, al hombre que provocó la tercera guerra mundial y la muerte de millones de personas por radiación nuclear.