Dejado, abandonado de todos y de sí mismo, va el idiota. No se encamina hacia nada; la línea recta le es desconocida, y, pues que no va propiamente a ninguna parte, no tiene camino. Anda siempre dando vueltas; su moverse es un girar. Cuando quieto mueve casi imperceptiblemente la cabeza, lo hace en redondo también, y no en ese movimiento pendular de abajo arriba, en que cae la cabeza del hombre que no está haciendo nada, que alza la cabeza y la baja como atraído por una doble, contraria gravitación. El idiota debe obedecer sólo a una atracción que no se ejerce ni desde arriba ni desde abajo. Va rondando, bailando alrededor de algo, de un centro que, a veces, parece a punto de tocar, quedándose entonces inmovilizado, pasmado, con la cabeza más redonda que nunca, vuelta hacia el cielo, como si recibiera una lluvia que solamente a él le cae. (…)
Serían de dibujar estos pasos del idiota entre la multitud enlaberintada. Y esa su danza, que parece merodeo a un lado y a otro de los que caminan serios sabiendo muy bien adónde van y conociendo lo que les mueve. (…)
Puesto que en el idiota, tan privado de dirección, sólo la sonrisa la tiene y se abre dirigida hacia algo, despertada, atraída como le sucede al viviente en ese instante privilegiado en que coinciden amor y libertad. Suele llamársele, claro, bobería, y, a veces, idiotez, pura idiotez. Ha de ser verdad.
MARÍA ZAMBRANO
El ensayo de María Zambrano va seguido de otros de Clément Rosset, Walter Benjamin, José Luis Pardo, Chantal Maillard, Ignacio Castro Rey, Juan Arnau, Jorge Gimeno, Ana-Luisa Ramírez y Esperanza López Parada.